LA SAGRADA ESCRITURA

  1. Naturaleza de la Sagrada Escritura
  2. La Inspiración Bíblica
  3. El Canon de las Escrituras
1.1. Naturaleza de la sagrada escritura
1.2. La Inspiración Bíblica
1.2.1. Definición
Podemos aportar dos tipos de definiciones de inspiración: una más teológica, otra más bíblica. Teológicamente se trata del carisma que concede a la palabra humana la virtualidad que la convierte en palabra de Dios. Históricamente es aquel carisma de que estuvieron dotados los hombres que escribieron los libros de la Biblia y bajo el cual los fueron concibiendo y redactando. Por tanto, es la acción de Dios que, de forma discreta pero profunda, respeta la personalidad de los autores humanos que escribieron los libros sagrados .
1.2.2. La inspiración hasta el Vaticano II
Al principio, de la Biblia se deducía un postulado importante: para todos aquellos que reciben la Biblia como norma, sus escritos tienen una autoridad divina. De esta profesión de fe sin teoría se pasa a la imagen específica del autor literario. Desde el siglo IV la figura del profeta, que había inspirado por el Espíritu de Dios, se traslada al del autor de los libros de la Biblia. Dios sería, más que el hombre, el autor de la palabra: Se trata de una tentativa de explicar de modo racional la inspiración.
En las declaraciones solemnes de la Iglesia y en los concilios se insiste en aseverar que Dios era el autor de la Escritura. Las escuelas teológicas siguieron buscando precisar la parte que habría correspondido al autor divino y al autor humano en la confección de un libro. El concepto de instrumentalidad fue fecundo: los libros de la Biblia tendrían un autor principal, Dios, y un autor instrumental, el hombre. El auto humano sería un instrumento de Dios .
Quizá por mala conciencia de que esta teoría anula al hombre, la explicación apuntala que el instrumento no es inerte, sino vivo y racional, y que tiene parte notable en la calidad de la obra producida. En los manuales aún sigue circulando la definición que diera León XIII en la encíclica Providentissimus Deus: El Espíritu Santo movió a los escritores para que escribieran y les asistió cuando escribían, para que concibieran debidamente en su mente, para que quisieran consignar con fidelidad y para que expresaran adecuadamente con verdad todo y sólo lo que él mandara.
El conocimiento actual de los libros de la Biblia considera desfasados muchos de estos planteamientos. El estudio de la Biblia ha puesto de manifiesto, seguramente para siempre, su condición de creación humana. La Biblia es creación literaria y, como tal, reclama una mirada psicológica desde la perspectiva del artista del lenguaje. Además, la personalidad de los autores se diluye y se refuerza en el contexto colectivo de sus contemporáneos. En los últimos tiempos se empieza a conceder el lugar que le corresponde a la actividad humana de los creadores de la Biblia, a la vez que se proclama con lenguaje más circunspecto y menos positivista la acción de Dios en ellos.

1.2.3. Orientaciones de la Dei Verbum
En el Vaticano II la doctrina de la inspiración se libera de la hipoteca en que le tenía el problema de la inerrancia y vuelve a centrarse en torno a la revelación como su verdadero contexto. Hay que emprender la tarea de estructurar la teología de la inspiración. Los libros de la Biblia tienen autoridad divina porque Dios se asoma en ellos: está con la humanidad que allí se expresa, la comunidad y las personas que tuvieron parte directa en el libro. Por supuesto, el estar de Dios es misterioso e indemostrable: su presencia es gracia, sabiduría y carisma.
Los libros son testimonio de la conciencia creyente, en la que Dios se ha hecho presente: son versión fiel de los testigos que vivieron la historia como lugar de revelación y de presencia del Dios que viene a salvar. Los testigos testifican en virtud de la fuerza del Espíritu que está en ellos, respondiendo. Su palabra está inspirada por esa presencia desbordante, y tiene autoridad divina.
La autoría humana del libro no queda afectada por su autoridad divina y, por tanto, el libro transpira las grandezas y flaquezas, la personalidad y los condicionamientos de los hombres concretos. Estos autores se sentían distinguidos por la compañía y por la amistad de Dios, y guiados e inspirados por su Espíritu. Todo ello pertenece a la personalidad de los autores de la Biblia.
La inspiración no reside en la materialidad de los libros, ni en su contenido ni en su forma, está en la vivencia de sus autores. Su objetivo no es revelar unas cuantas verdades sobre Dios o sobre el hombre, sino comunicar cómo Dios viene al hombre y como está con él para hacer un hombre nuevo.
1.3. El Canon de las Escrituras
1.3.1. Definición
Es el acto por el cual la Iglesia da a conocer el origen divino y la autoridad del libro inspirado. Comporta la proclamación formal y oficial de que esos libros, objeto de selección, son libros inspirados, tiene autoridad divina y, por lo mismo, son para el oyente de su palabra regla de fe y norma de vida. La lista de los libros reconocidos como inspirados está completa y cerrada
El canon de los libros santos se formó poco a poco. Se buscó la propia definición en unos libros que ejercían ya su autoridad; se rechazaron o se ladearon otros libros, que representaban corrientes estimadas peligrosas o, al menos, dudosas. Esa entrada no se gestó en asambleas de teólogos ni en decisiones de concilios; fue fruto de la praxis comunitaria secular, alentada por personalidades de excepción. Al final, las decisiones conciliares corroboraron lo que la práctica había dejado por sentado.
1.3.2 Canon cristiano del Antiguo Testamento
Sin el AT, el Nuevo se quedaría sin trasfondo y habría que explicar ~ conceptos fundamentales desde la mitología greco-oriental. Por otro lado, cuando en el NT se habla de la “Escritura ” se hace referencia directa al AT. El AT no es para los cristianos pura herencia judía, sino que renace o es redescubierto como Palabra de Dios, con unas significaciones que no había tenido antes, porque ahora se la oye bajo el signo de la realización de lo anunciado y de la manifestación del esperado. La referencia a Cristo encarnado en Jesús de Nazaret será la clave para la interpretación de la Escritura.
La Biblia cristiana cuenta con siete libros que los judíos no aceptan en la suya: Tobías, Judit, Baruc, Eclesiástico, Sabiduría y I y II Macabeos.
1.3.3. Canon cristiano del Nuevo Testamento
La Iglesia de los primeros siglos usó en la predicación, en la catequesis, la liturgia y la lectura otros escritos, además de los judíos, que hablaban del acontecimiento culminante de Cristo. Venían de los apóstoles, que habían conocido al Señor y que estaban animados por el Espíritu de Dios. Pronto será ella misma la que reconocerá cuáles de esos escritos dan testimonio fiel del acontecimiento salvador.
Los primeros escritos del que había de se el NT fueron las cartas de Pablo. En I Pe, de finales del siglo primero, se habla de una colección de las cartas de Pablo y se la parangona con la Sagrada Escritura. Ese coleccionismo era obra de las iglesias de Corinto y de Éfeso.
En el siglo segundo se asiste a la formación de la parte más importante del canon. El proceso consiste en la progresiva aceptación por todas las iglesias de escritos que se dirigen y que proceden de una de ellas. A mitad de este siglo existían los cuatros evangelios y hay razones fundadas para afirmar que el evangelio de Marcos tuvo su origen en Roma, el de Mateo en Siria, el de Lucas en Grecia y el de Juan en Palestina. Se dieron a conocer y fueron acogidos por todas las iglesias como testimonio fiel y verdadero del acontecimiento salvador y se realizaba su lectura en la asamblea.
A finales del siglo segundo el grueso del NT estaba ya decidido. Persistía la discusión en torno a las cartas de Santiago, Judas, segunda de Pedro, segunda y tercera de Juan, el Apocalipsis y el libro de Hechos. La discusión termina en un sí. Circulaban en la Iglesia otros escritos que pretendían saber más que los aceptados por todas las comunidades; por esa pretensión despertaron recelos y pusieron en guardia a la Iglesia. Son los escritos apócrifos, obras de autor desconocido. Entre estos apócrifos hay categorías; unos fueron estimados y usados y otros fueron rechazados como herejes.
Es sorprendente con qué sensibilidad la Iglesia acertó en discernir entre los escritos que eligió y los que rechazó, puesto que algunos de estos últimos presentaban cualidades valiosas en el terreno de la información del acontecimiento cristiano. En la formación del canon estuvo en acción con fuerza decisiva, más que un cuerpo de teólogos, el sentido cristiano de la Iglesia. La lista aparece completa en el siglo IV.
1.3.4. Criterios de discernimiento
El reconocimiento que hizo la Iglesia de sus libros normativos fue más fruto de la inspiración que del razonamiento. A mitad del siglo segundo se establecen los algunos criterios para averiguar si un libro era o no inspirado. Son:
Procedencia apostólica: Se trata de una cuestión histórica. No obstante hay atribuciones de títulos que no son literalmente aceptables y también en el NT hay textos de procedencia desconocida. Por otro lado, hay escritos canónicos que no se atribuyen a apóstoles (Marcos, Lucas). El criterio de apostolicidad debe prolongarse desde la tradición genuinamente apostólica.
Armonía del contenido: Entendiendo esto en un sentido muy amplio, puesto que en el NT hay escritos de acento muy diverso.
Uso del libro: Tampoco debemos esperar mucha puntualidad ya que las diversas comunidades tuvieron sus diversas preferencias. La decisión final tuvo que ser aceptada por todas, lo que niveló la diversidad.
La decisión de canonicidad no la tomó la Iglesia en base a estos criterios sino porque el libro reflejaba la imagen que ella tenía del acontecimiento cristiano y del Cristo. El Espíritu que animaba a la Iglesia, en el momento de reconocer canónico un libro, era el mismo que animara un día a su autor. La Iglesia viva en la historia encontrará su modo de expresarse en cada hora según las condiciones que dicte la cultura, pero el paradigma y la fuente de su comprensión estará siempre en la Biblia.

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"Entiende para creer, cree para entender" (San Agustín, Sermón 43)